Durante su primera época, Las Señoritas de Aviñón dividieron su repertorio en dos campos: por un lado, el blues apasionado, visceral y melodramático (Robert Johnson); por el otro, la música
desenfadada, alegre y festiva (Louis
Jordan). En medio, como puente por el que transitaban, aparecía el blues de Chicago, que a
fin de cuentas es el que más peso tiene en la memoria de los amantes del
blues en México.
Las Señoritas se encontraron más de una vez en el
punto medio de ese puente. Por ejemplo, al interpretar Wang
Dang Doodle, no a la manera de Koko
Taylor sino con un estilo que aún no sé definir.
Me atrevo a decir que T-Bone Walker es el hilo que unió durante un tiempo las dos caras de la banda (su primer disco inicia, a propósito, con Stormy Monday).
T-Bone
Walker no es un compositor de blues desgarrador: el eje de sus
canciones no es la expresión abierta del dolor, al contrario, el humor está
siempre presente, así sea en un solo verso, en una frase musical, en un simple
acorde, cosas estas dos últimas que recogen Octavio Herrero y Héctor J. Fierro con sus respectivas
guitarras, y que, antes, marcaron el camino de B.B. King y del mismo Chuck
Berry, reyes ambos no de la melancolía sin remedio sino del remedio para
la melancolía, cada uno en su respectivo territorio.
El humor de T-Bone Walker es
el de quien se burla de sí mismo en el desconsuelo, incluso en lamentos como Stormy
Monday, o en la gracia que se saca del bolsillo para soportar los malos
momentos. Pensemos, por ejemplo, en la letra de T-Bone Shuffle, canción
que también se encuentra en el repertorio de Las Señoritas, para comprender que a su autor le gustaba el relajo
y reconocía las delicias de la vida.
Hay, es cierto, una lectura histórica y social de Stormy Monday (el impacto
que produjo en 1947, al reflejar la cruda depresión de la posguerra); pero su
universalidad se da al reconocer en unos cuantos versos la experiencia del
amante abandonado. Y la tristeza colectiva se vuelve alivio individual, lo que
a fin de cuentas es una luz de esperanza: si un sentimiento puede retratarse,
significa entonces que tiene fin, que es momentáneo, que no es para toda la vida.
Stormy Monday es la canción de un tipo alegre a quien le irrita mucho no estar alegre: Quiero, Señor, que me devuelvas a esa mujer, no tanto porque la ame sino porque con ella estaba yo muy contento.
Recomiendo escuchar la canción en voz del autor y tocada por él mismo, porque a partir de esa experiencia se descubre nítidamente
uno de los estilos que más huella han dejado en Las Señoritas.
Quien haya sido víctima pasional del desamor, entiende la
profunda tristeza de la que habla T-Bone
Walker en su Stormy Monday: una mujer lo ha abandonado y todo adquiere entonces el color de la muerte
y la desolación.
-¿Y ahora qué hago? ¡Tan bien que me la estaba pasando!
¿Cómo son las tardes de domingo? ¿A qué tormentas
se refiere la canción? A la muda tormenta de una alma mal tratada que se descubre vacía,
inútil, agotada, sin vida.
Domingo. Por la ventana se cuela la luz de un sol tibio, desganado, luz
ambarina que lenta se unta en el suelo y en la pared del pasillo. La luz deja en el
aire una franja de polvo que flota y titila en silencio. Sólo se escucha el
motor del viejo refrigerador, y no sucede nada. Sólo sucede el tiempo,
indolente y definitivo. Y el domingo es lunes, martes, miércoles, jueves… El tiempo se vuelve pastoso y cada uno de sus minutos son gotas pesadas de
nostalgia y melancolía. El tiempo es lodo, y el lodo permanece por efecto de
una pertinaz lluvia de aflicciones y desconsuelos apenas apaciguada por la paga
del viernes (the eagle flies on friday) y la música del sábado (saturday
I go out to play).
Para quien vive el abandono, toda la semana se vuelve un eterna tarde de
domingo sin quehacer, mejor dicho, sin capacidad de hacer.
Es el blues.
Y, sin embargo, con el blues siempre hay algo que hacer.
Porque no estamos
ante el spleen europeo, ante el hastío burgués fruto del pensamiento
romántico.
El blues, este blues, no es aburrimiento o hartazgo de clase, es
dolor llevado al extremo, un estado del alma que lastima el cuerpo pero no lo
inmoviliza. Es la infelicidad, el abatimiento, el casi desánimo. Se trata, a la
vez y solamente, de un sentimiento transitorio de tristeza y desilusión,
adecuado y proporcional al estímulo que lo origina, con una duración breve que
no afecta la esfera somática (¡T-Bone
Walker va a cobrar su salario, va a tocar el sábado... y el domingo se presenta
en el templo!).
El spleen es burgués. También lo son la saudade y la melancolía. Spleen, saudade y melancolía causan modorra y un arrullo de quejumbres gatunas, arroyo de suspiros; la mirada se pierde en el vacío, la mano zapea frente al televisor, dan ganas de opio para quedarse una temporada en el infierno de Rimbaud.
El blues, en cambio, pertenece a
la clase trabajadora, que no conoce otras formas de curarse más que el trabajo
y el relajo.
En 1862, a sus 41 años, Charles
Baudelaire escribe El spleen de
París, pequeños poemas en prosa que definen su alma fatigada de ser.
Leamos, para ejemplo, el poema XLI (no se considere como una grosera pedantería la transcripción del original, sino como una invitación a escuchar la voz del poeta):
Un port est un séjour charmant pour une âme
fatiguée des luttes de la vie (…) Et puis, surtout, il y a une sorte de plaisir
mystérieux et aristocratique pour celui qui n’a plus ni curiosité ni ambition,
à contempler, couché dans le belvédère ou accoudé sur le môle, tous ces
mouvements de ceux qui partent et de ceux qui reviennent, de ceux qui ont
encore la force de vouloir, le désir de voyager ou de s’enrichir.
Un puerto es un lugar encantador para el alma fatigada de luchar por la
vida. (...). Además, y sobre todo, hay una especie de placer misterioso y aristocrático para el que no
tiene ya ni curiosidad ni ambición, en contemplar, tendido en un mirador o acodado en el muelle, toda
esa agitación de los que parten y de los que regresan, de los que tienen aún
fuerzas para querer, deseos de enriquecerse o de viajar.
El blues no te lleva al puente (Bleeding Gums Murphy es una caricatura), sino al deseo de escapar del abatimiento a gritos y con risas, como lo hace Aaron Thibeaux Walker, quien
tiene 37 años cuando presenta al mundo su Stormy Monday...
Se habla del lunes tormentoso, pero el martes y el miércoles son peores, y
el jueves no se diga: dolorosamente triste. Voy a cobrar el viernes, y el
sábado salgo a tocar. El domingo voy a misa, me arrodillo y rezo: ¡Señor, ten
misericordia de mí! Busco a mi niña, ¡regrésamela, por favor!
Insisto, una cosa es el spleen y otra el blues, dos estados
del alma harto diferentes pero igualmente capaces de producir belleza desde el
corazón de músicos y poetas verdaderos. Sin embargo, más vale no confundirlos.
El blues se vive en la cama, en la calle y en el trabajo (o en el
desempleo). El spleen se ahoga en el Sena, se sangra en el verso o se
apoltrona en el diván del psicoanálisis.
Reconsidero la distancia entre el blues y el spleen. Hay un
lugar que los convoca y los acerca: el burdel. El burdel es el cruce de caminos
donde alguna vez podrían encontrarse Robert
Johnson y Charles Baudelaire.