¿Y por qué se llaman como se llaman
Las Señoritas de Aviñón?
Siempre surge la pregunta entre el público, pero nuestras Señoritas nunca
atinan a dar una respuesta satisfactoria.
Las Señoritas de Aviñón
toman su nombre del óleo que Picasso pintó por ahí de 1906 y que es punto de
partida del cubismo (por ende, paradigma de la vanguardia artística de
principios del siglo XX). El título fue puesto por el poeta André Salomón
(Pablo Picasso lo había llamado El Burdel de la Calle de Avinyó,
referencia a conocido puticlub barcelonés de aquel entonces).
Pero no se trata sólo de una declaración vocacional ni tampoco de una
relación temática (los rostros de las dos mujeres de la derecha parecen
máscaras africanas), es también una forma de ligar al blues y al jazz con la
obra definitoria en la revolución artística del siglo pasado y en el
rompimiento con la perspectiva renacentista.
Déjenme citar a John Berger. Él se refiere al cubismo, pero voy a adaptar
sus palabras al blues. Díganme si no es lo mismo:
“El blues creó la posibilidad
de que la música revelara procesos, en lugar de entidades estáticas. El
contenido del blues consta de varios modos de interacción: la interacción entre
los diferentes aspectos de un mismo suceso, entre el espacio lleno y el espacio
vacío, entre la estructura y el movimiento, entre el auditorio y la cosa
escuchada. Ante un blues, buscamos su sinceridad; ante una pieza de jazz, lo
que debemos preguntar es si continúa”.
Y ahora que Las Señoritas tienden hacia el jazz, Berger se vuelve más
revelador, e igualmente luminosas son las palabras de Apollinaire (quito
cubismo y pongo jazz y blues): “Si queremos expresarnos de un modo absoluto, la
música auténtica sería el arte de ejecutar nuevas composiciones con elementos
tomados no de la realidad del oído, sino de la concepción mental”.
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