A fines de los noventa, un grupo de amigos formó una banda de blues, de puro blues. Francisco Javier García, en la batería; Jaime Holcombe, en una guitarra; Jorge Escalante, en el bajo; Iván Lombardo (q.p.d.), en la armónica; y Octavio, en la otra guitarra. Más tarde, entrarían Eduardo Escalante, Claudia Ostos y Claudia de la Concha, él
en el saxofón y ellas en las voces.
Desde entonces y hasta la fecha, el grupo ha vivido no sólo la
salida de algunos de sus miembros (Iván, Jorge, Eduardo y las Claudias) sino
también la llegada de otros músicos: Javier Gaona (bajo), Stanislaw Raczinsky (vientos y teclados ocasionales) y Héctor Jesús Fierro
(guitarra), quienes se integran a la banda como protagonistas de su refundación
y como tripulantes de una nave que se transforma continuamente y viaja con paso acelerado hacia la destreza y el refinamiento de sus
propias creaciones.
Hay en Luvina diversas especies de tañedores de guitarra, infinidad de
sopladores de armónica e igual número de tamborileros, muchos sin arte ni
talento, otros sin memoria histórica, varios sin oído ni vergüenza, algunos
patéticos y cavernícolas; también andan por ahí los versátiles, los fúnebres,
los soporíferos, los desorientados, los anquilosados y gordos de soberbia, los
insubstanciales, los penajenianos y los pirómanos rupestres. Sin embargo, hay
también bandas asombrosas (que dan sombra y que causan maravilla): una de ellas
es, por supuesto, Las Señoritas de Aviñón, con un caldo peculiar que hierve y
sale de esa vulva inmensa llamada belleza.
A la entrada de la página de Ruta 61, se lee o se leía: Uno es lo que uno escucha (afortunada
afirmación de Octavio). Con base en esa afirmación, me atrevo a decir que yo me
he convertido poco a poco en una señorita feliz.
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